Testimonio de vida. «… a través de la vida y de las palabras de sus hijos…»
Sólo los que han nacido de nuevo como hijos de Dios (Juan 1:12) están capacitados para evangelizar. Podemos contratar a un no-creyente para que venda Biblias o reparta folletos, pero la verdadera evangelización requiere una comunicación en la cual el mensaje verbal es reflejado, ilustrado y avalado por el testimonio de vida de aquél que lo predica.
Muchos de los que llaman a nuestras puertas con el afán de vendernos el último detergente o enciclopedia, nos dan la impresión de no estar convencidos ellos mismos del valor del producto que nos ofrecen. ¿Acaso lo compran ellos? Su comunicación queda invalidada por su propio ejemplo. No debe ser así con la evangelización. Debe haber una coherencia entre el mensaje y la vida de aquél que lo lleva. Por eso sólo puede evangelizar con entusiasmo y sinceridad la persona que sabe de lo que habla porque lo vive.
Cristo no encomendó la evangelización a cualquiera, sino sólo a sus discípulos: «Vosotros me seréis testigos…». Y ni siquiera ellos iban a estar capacitados para evangelizar hasta que «haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo» (Hechos 1:8). Ni aun el discipulado en sí es suficiente; sólo puede evangelizar la persona que ha recibido el Espíritu Santo y conoce su poder y la eficacia de su obra santificadora en su vida diaria.
¿Qué necesitas saber sobre el Testimonio de vida?
¿Quién son los que deben de evangelizar?
Quedarse En Un Sola Iglesia Trae Muchos Beneficios
Nuevos Creyentes Nuevas Motivaciones
En Privado con Dios En Publico Éxito
Dar Gracias Siempre
Guarda tu Corazon
Busca más sobre el testimonio de vida
El Evangelio debe ser comunicado por medio de todo lo que somos: por nuestro testimonio hablado, ciertamente, pero también por nuestras actitudes y reacciones, por nuestra sensibilidad y amabilidad, nuestro comportamiento y conversación. No hay mayor motivo de escándalo para el no-creyente que la inconsecuencia entre lo que el pueblo de Dios predica y lo que practica. Las palabras, sin una vivencia que las respalde, no son suficientes.
En cambio, el testimonio, es decir la vivencia sin las palabras es una pena. Por nuestro silencio implícitamente comunicamos la idea errónea de que lo que puede haber de hermoso en nuestras vidas es obra nuestra, no de la gracia de Dios; la gente siente la atracción de nuestras vidas pero desconoce la causa; piensa que es porque nosotros mismos somos buenos. De esta manera, en vez de glorificar a Dios, nos exaltamos a nosotros mismos. Pero más aún, impedimos por nuestros silencio que otros puedan conocer el camino de la salvación.
La vida y las palabras deben ir juntas. Algunos de los que se apresuran a hablar harían bien en callarse, porque sus vidas no honran el Evangelio que predican, muchos de los que se callan harían bien en empezar a hablar, porque su silencio es reprensible (ver Ezequiel 33:7–9).