Predicación: la comunicación de la evangelización.
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La predicación tiene que ver con la comunicación, se decir transmisión de ideas y con la utilización de palabras. Pero, como ocurre en cualquier predicación eficaz, las ideas han de ser asequibles al oyente y las palabras comprensibles.
El lenguaje, las ilustraciones y los métodos evangelísticos que utilizamos deben ser apropiados, no sólo a la dignidad de nuestro mensaje, sino también a la clase de personas que nos escucha. El evangelio siempre es el mismo, pero una buena comunicación requiere que su presentación varíe cada vez, según la condición cultural, social, psicológica, moral y espiritual de nuestros oyentes.
Por lo tanto nuestra predicación sólo será adecuada en la medida en que conozcamos la sociedad en la que vivimos y entendamos a las personas que evangelizamos.
La predicación es comunicar, el cual incluye el escuchar, además del hablar. Habremos, pues, de desarrollar nuestra capacidad de ponernos al lado de cada persona, ver las cosas desde su punto de vista, anticipar sus dudas y preguntas, poner el dedo en la llaga de sus necesidades y pecados, y así comunicarle el evangelio. En todo esto tenemos un Maestro ejemplar.
La predicación se trata también de una comunicación seria y sincera, no de un lavado de cerebro. No cabe en la evangelización ninguna clase de engaño ni ninguna técnica indigna del mensaje que llevamos (1 Tesalonicenses 2:3–5; 2 Corintios 4:2). No queremos que los que inicialmente acepten nuestro Evangelio, luego se arrepientan de ello por sentirse defraudados. Tratamos a los que nos escuchan como a seres responsables creados a la imagen de Dios.
Por lo tanto, presentamos la verdad del Evangelio con sencillez, sin encubrir nada ni exagerar nada. La comunicamos con urgencia e insistencia, porque es un asunto de vida o muerte, pero no nos interesan conversiones espúreas, fruto de la emoción y no del arrepentimiento y la fe.
Utilizamos las artes de la persuasión, pero rehuímos técnicas sentimentales baratas. Animamos, pero sin ofrecer promesas falsas ni presentar una visión utópica de la vida cristiana. Avisamos, pero no jugamos con el miedo de la gente. Presentamos argumentos y evidencias, pero sin exagerarlos ni distorsionarlos.