Métodos de evangelismo, nos ayuda a cumplir nuestra tarea de conducir a la gente al salvador.
La evangelización es un proceso «…de tal manera que los hombre puedan recibir a Jesucristo como Salvador…»
Nuestra tarea no es solamente la de ganar el asentimiento intelectual de la gente a una serie de proposiciones doctrinales, ni mucho menos la de aumentar el número de afiliados a nuestra denominación religiosa. Es la de conducir a la gente a través de diversos métodos al Salvador, el único que les puede abrir el camino a Dios (Juan 14:6). Nosotros no les salvamos. La doctrina no les salva. La Iglesia no les salva. Sólo Cristo salva.
Nuestra función es la de ser embajadores de Cristo (2 Corintios 5:20), hablar en su nombre, denunciar el pecado conforme a su ley, presentar sus derechos como Señor, y explicar lo que El ha hecho para salvarnos de nuestra condición perdida y restaurar nuestra relación con Dios.
Nosotros como buenos gestores preparamos el camino usamos métodos creativos, damos las explicaciones, hacemos la presentación del Salvador; por así decirlo, preparamos los papeles del caso. Pero el último trámite, la firma del contrato, lo ha de realizar nuestro oyente personalmente con el abogado, el Salvador mismo.
Nosotros rogamos y exhortamos, pero es la persona interesada la que debe reconciliarse con Dios por medio de Jesucristo. Ella es la que debe invocar el nombre del Señor (Romanos 10:13), recibir a Jesucristo como Salvador y poner su fe en Él (Juan 1:12).
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Nosotros no podemos ni obligar a nadie ni darlo en su lugar, sí hemos de allanarle el camino para que pueda llegar a este punto. Lo hemos de hacer con esmero y diligencia (2 Timoteo 2:15). No basta con echar en cara de nuestro oyente unas cuantas afirmaciones dogmáticas acerca del Evangelio.
Hemos de razonar con él, contestar sus preguntas, abrirle el Nuevo Testamento para que pueda ver a Jesucristo en acción, escuchar sus palabras y ver por sí mismo cómo Cristo salva a la gente, debemos explicarle el significado de la encarnación, la crucifixión, la resurrección y glorificación de nuestro Señor, la esperanza de su retorno y el don de su Espíritu.
En fin, nuestra tarea no ha acabado hasta no haberle conducido a aquella encrucijada en la que puede acudir a Cristo con conocimiento de causa (o rechazarle con igual conocimiento de las implicaciones), comprometerse con Él habiendo contado el precio, y creer en el Salvador sin que su fe represente un suicidio intelectual.